Todo camino tiene un inicio y un final. Todo sendero tiene una meta… o varias.
El caminar del espíritu en la Tierra es un caminar multidimensional. Camina en la Tierra con su cuerpo… y sus pies lo dirigen hacia donde sumente lo lleva… aunque su mente no sepa muchas veces a donde ir.
Camina con su corazón hacia la felicidad… aunque muchas veces parezca que se aleja y en otras, cuando cree que la ha alcanzado, no sabe como cuidarla y vuelve a perderla.
Camina con su alma hacia Dios… y busca oraciones y templos, hace penitenciasy promesas, sigue a predicadores y maestros, a sacerdotes y gurús… pero Dios pareciera a veces estar cerca y otras veces lejos.
Y en este caminar multidimensional, el hombre inventó cosas, para sentirse cerca de Dios.
El hombre observó a la naturaleza y la reconoció como el libro donde Dios había escrito su voluntad.
Así nacieron las tradiciones… la enseñanza divina. Tan pública que siempre ha estado a la vista de todos…… y a la vez, tan secreta que pocos podían entenderla. Y esas tradiciones se fueron pasando de labios a oídos… porque nadie confiaba en las palabras escritas.
Jamás una palabra podría expresar lo que el Sol nos dice cuando se asoma en el horizonte e inicia su diario recorrido por la bóveda celeste. Cómo explicar en palabras lo que siente el alma cuando observa al águila recorrer sus dominios en las alturas de las montañas.
Y cada pueblo leyó en el libro sagrado de la Tierra las lecciones que Dios dejara para sus hijos encerradas en cada criatura, en cada nube y montaña de la naturaleza.
Los pueblos de las nieves leyeron en la nieve y los lagos lo que Dios les dejó a ellos.
Y los pueblos de la selva encontraron sus lecciones en medio de árboles milenarios y cascadas escondidas. Las gentes de la tundra y la sabana las buscaron entre rocas y praderas, en medio de valles sagrados y cuevas misteriosas.
Siempre estuvo Dios cerca de ellos y siempre estuvieron ellos cerca de él.
Pero los cielos cambiaron, las estrellas se movieron, muchas lunas pasaron…el peso de los siglos se fue acumulando sobre la historia del planeta.
Y nacieron las ciudades, las calles y los edificios.
Los hombres dejaron las pieles y se vistieron con ropa de fábricas. Se alejaron de la naturaleza y la encerraron en parques… y dijeron que era para protegerla.
Y el hombre empezó a vivir en un mundo inventado por él. Ya no estaba el hermano castor para enseñarle los misterios de los ríos, ni la hermana golondrina para mostrarle cómo debía volar. Ya no era posible hablar con los árboles para descubrir sus secretos, ahora todos ellos estaban encarcelados en parques y zoológicos… para protegerlos.
¿Y el hombre?...
El hombre se había construido una celda más grande… y la llamó civilización, la llamó ciudad, la llamó sociedad… pero era una celda y no se daba cuenta.
El hombre creó entonces escuelas e institutos. Para enseñarle a sus hijos a vivir dentro de la celda… para enseñarles cómo ser felices aunque estuvieran presos. Y sentir un aire de libertad… aunque no pudieran salir nunca de sus celdas.
Por eso nacieron los hombres que querían ser libres, los que sí se daban cuenta de la tragedia. Los que gritaron a los cuatro vientos que el hombre había perdido el camino.
Pero los consideraron locos, y a veces hasta los quemaron en la hoguera.
Y los hombres libres tuvieron que esconderse y reunirse en pequeños grupos… al margen de la sociedad que los apartaba. Y desde ahí enseñaron la verdad y crearon las tradiciones, que luego pasaron de los labios a los oídos.
Pocas veces escribieron en libros sus verdades… era demasiado peligroso. Tuvieron que esconderse para vivir su libertad.
Y esas tradiciones aún permanecen… en posesión de unos cuantos.
Y el hombre, a pesar de estar perdido, tenía un alma que vibraba y le hablaba de Dios, de horizontes perdidos que añoraba, de recuerdos escondidos en su alma.
Y eso le llevó a buscar y a buscar y a buscar.
Y desarrolló una ciencia. Una que buscaba en las estrellas y la llamó astronomía, tal vez persiguiendo un recuerdo de un viaje que habían hecho sus antepasados en el origen de los tiempos … O tal vez como buscando un hogar abandonado en algún tiempo lejano.
Y otra, que buscaba en medio de átomos y partículas subatómicas y la llamó física. Ésta la inventó tratando de descubrir el origen de la materia, tal vez ahí se encontrara el misterio de Dios.
Una más la dedicó a buscar en medio de las células humanas, dentro de las partículas que formaban los cuerpo humanos, tal vez queriendo encontrar a Dios mismo disfrazado de cromosoma. Y no descansó hasta descifrar el genoma humano. Ahora sí, ya podía jugar a ser Dios, ya podía inventar sus propios seres humanos y hacerlos del color que más le gustara.
Pero sin que alguien se diera cuenta… el hombre estaba inventando un nuevo camino.
Era la misma búsqueda de la naturaleza que habían iniciado sus antepasados, nuevos ojos para los mismos misterios. Una nueva espiral en la trama de la vida. Nuevas puertas que conducen a las mismas metas. El mismo espíritu, la misma interrogante, con nuevos instrumentos, y nuevos lenguajes.
Y el hombre y la mujer, sin darse cuenta estaban creando las nuevas tradiciones, pero ahora con microscopios y telescopios, reuniéndose en universidades e institutos, en laboratorios de investigación. Mismas almas, ahora con batas de laboratorio en lugar de pieles de animales.
Una ronda nueva, en el mismo mundo que conocemos.
La vida milagrosa recorriendo una espiral más en el viaje infinito de la evolución.
Hasta cuándo?...
Desde cuándo?...
¿Acaso importa?