martes, 6 de noviembre de 2007

las primeras preguntas

Sólo cuando la luz del alma ilumina la conciencia del hombre, es que puede empezar el hombre a buscar respuestas.

La mente es una fábrica constante de preguntas y la propia mente humana no puede responder a lo que ella misma pregunta; porque las respuestas que vienen del mismo espacio mental que pregunta no son sino laberintos que conducen al punto de partida. Son respuestas que no calman la sed, sólo la posponen.

Las respuestas que hacen crecer al hombre y a la mujer deben provenir del espacio del alma. Deben ser el fruto de la meditación profunda donde el alma puede iluminar la conciencia… entonces las respuestas son de otra naturaleza.

Y asi el hombre y la mujer crecen en conciencia… su entendimiento se expande, su mirada cambia. Su alma toma por unos instantes el control de su vida y se experimenta una sensación que es como estar más cerca de entender los secretos de Dios.

Aun en el pasado remoto hubo mentes que pudieron conectarse con sus almas. Siempre las ha habido, las hubo, las hay y las habrá. Ellos y ellas son los guardianes de las tradiciones. Almas viejas en cuerpos humanos. Ojos que ven más allá de lo que las formas proyectan. Pensamientos que iluminan lo que la vista descubre en el valle de sombras que nos envuelve a todos.

Esas mentes iluminadas por sus almas pudieron explicar el mundo que veían. Vieron lo que impulsaba a los ríos a bajar de las montañas para correr presurosos hasta el mar que pacientemente los esperaba en algún lugar más allá de los cañones y los valles.

Y les enseñó el por qué el hombre buscaba desesperadamente a Dios.

Y les explicó el misterio de los dominios: que hay quienes nacen para dominar un pequeño rincón de naturaleza, mientras que otros nacen reinando en grandes extensiones de tierra.
Unos nacen para arrastrarse, como las serpientes y otros nacen para volar, como el águila.

Luego me pregunté: cuáles son mis dominios?

Miraba a las montañas, imponentes… nunca se movían, nunca se angustiaban, nunca reían. Siempre estaban ahí, para protegernos de los vientos, o para castigarnos con avalanchas si no respetabamos su suelo…

Entendí que eran guardianes que cuidaban a la naturaleza y cuidaban al hombre y a la mujer…Y entonces me hice amigo de ellas y las adoré.

Luego ví al mar… tan sereno a veces, otras irascible, pero siempre moviéndose, en ciclos rítmicos e interminables. Olas que vienen y van, siempre el mismo rumor de las olas golpeando en la playa, trabajando, dibujando nuevos rostros en las costas, inventando una nueva geografía.

Y entonces supe que el mar era el lugar de destino de todos los ríos del mundo. Supe que de ahí partían todas las nubes que después humedecían los campos y hacían crecer a las flores y a los árboles, y estos daban vida a los valles y las montañas de donde los animales se alimentaban.

El mar era la respuesta!!! Era de ahí, de donde todo había salido...

Entonces me enamoré del mar, porque el mar me hablaba en el silencio, sin palabras. El mar le hablaba a mi alma y le decía: ¡despierta! ¡despierta! Y el alma respondía.

Entonces pensé: el mar es de donde provengo. El mar es como el lugar de donde salió mi espíritu. A él tengo que regresar algún día.

La vida del espíritu es como la vida en el mar profundo… quieta, en paz. La vida de la mente es como el mar en las playas… siempre en movimiento, siempre inquieta, llegando aquí y retirándose allá, golpeando las rocas, haciendo espuma que se vuelve brisa que luego se disipa.

Es por esto que tengo que encontrar la forma de llegar a la fuente de donde salió mi espíritu… es por esto que tengo que regresar a Dios...

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