miércoles, 7 de noviembre de 2007

Traumas infantiles

Corrí por salvar mi vida!!! y porque no quería quedarme solo!

Unos segundos antes estaba junto a mi mamá en una tranquila sala de espera; de pronto vimos a mi hermana mayor -con apenas 6 años- correr hacia la puerta de salida, trás ella mi hermano -el segundo- lloraban y gritaban. Por supuesto mi madre no podía dejarlos huir y salió en un puro carrerón tras ellos, les gritaba algo que yo no podía entender y sin decirme una sola palabra. En mi mente se fabricaron miles de historias de terror -las que fueran- yo estaba totalmente seguro que el monstruo del armario nos quería matar y que de ahí teniamos que salir corriendo todos y como la multitud manda, yo también lloré y grité y corrí además. Era mi tercer año en esta tierra.

No supe más que pasó, no hasta hace un par de años que alguien contó la historia y la recordé. Era nuestra primera cita con el dentista. Mi hermana entró en pánico antes incluso de que el médico la tocara y lloró y gritó de tal manera que asustó a mi hermano, quien estaba en la silla de al lado esperando su turno. Ambos corrieron, huyeron del asesino de los dientes, sabían que no tenían tiempo de dar explicaciones ni a su madre, que estaba conmigo en la recepción, así que salieron de la clínica. Mi madre, al ver semejante espectáculo, solo acató a salir tras ellos antes que algo peor les pasara en la calle; pero yo no lo supe así. Más bien pensé que alguien o algo, venía tras nosotros y entonces debíamos huir. Todos lo hacían ¿por que yo no?

Esa fué la historia de mi primera visita al dentista. El malvado!

Entrar fue recordar aquella escena o ponerle forma, la silla, los instrumentos, todo. Luego empieza la tensión.

-Con anestesia por favor ( y con correas en mis manos o salgo corriendo)

Recordé esa horrible sensación de perder el control de una parte de tu cuerpo, sobre la impotencia que experimentás al saber que está tu boca dormida y que podrías morderte la lengua y arrancar un pedazo de ella sin darte cuenta. Pensás en lo que podrían hacerte sin saberlo siquiera, cuantos aparatos van a entrar a tu boca y lo peor, la sensación de ahogarte en tu propia saliva.

Y luego el sonido de la maquinita y la presión de tus dientes y que habrás bien la boca y que no dejés que se te cierre y que corrás la lengua a un lado. -Cuál lengua? Tenía lengua?

Y luego sentir que querés correr como cuando eras niño, pero que ahora no podés porque sos grande y da pena, porque van a pensar que no tenés valor o que estás totalmente loco o que te quedaste atrapado en el tiempo y que ya sos grande, que esas cosas quedan para lo niños.

Y luego el despertar, cuando la anestesia empieza a salir y que te duele de veras lo que te hicieron y que querés regresar al dentista, pero esta vez a darle un golpe soberano por haberte maltratado, pero recordás que tenés cita la semana entrante y luego se desquitan con vos, mejor aguantar como los machos y esperar.

1 comentario:

pimienta dijo...

que rajado, leyendo tu cuento recorde mi primera vez. estaba mas grande que vos y no fue tan traumatizante, aunque si recuerdo la sensacion de la presion de la aguja entrando en mi encia y el adormecimiento paulatino de la mitad/ tres cuartas partes de mi cara...

luego de algunos minutos una pinza gigantesca invadiendo mi boca y al ratito escuchar el crujir espantoso de la raiz de la muela cuando la separaban y la arrancaban de mi encia.

un ratito despues lo habia olvidado todo, pues estaba disfrutando del delicioso sabor a fresa en mi boca, por el heladito que me regalaron como premio por haber sido un nino valiente.

lo de ahogarse con la saliva propia es espantoso!!