Sus ojos buscaban un punto para colgar su angustia. Buscaba incesante un momento para ver los míos, pero trataba de evitar hacerlo cuando yo la miraba. Con visibles marcas de su trabajo duro en el campo, esperaba impaciente que tenía yo que decir, primero como sin interés, pero con marcada curiosidad.
¿Qué tendrá el hombre blanco que decirme a mi sobre mi trabajo?
Nada, evidentemente su trabajo está completamente controlado, la experiencia ha surtido efecto real sobre las aplicaciones de abonos (orgánicos), momentos para cosecha y fechas exactas para siembra, todo aprendido desde su infancia y por supuesto de sus antepasados experimentados y conocedores de los dioses de la tierra y de las plantas y de la agricultura.
Hoy está más cercana a la cultura de nuestro país, pero sus costumbres cabécar la enraizan en un sitio geográfico del país, en donde el país entero se olvida de su existencia, menos ella misma.
Otros como ella, apenas y sonrien, tímidos y curiosos me miran como tratando de entender mis mensajes corporales, sus miradas son como de niños que no tienen reparo en analizar lo que ven y por poco me intimido. Empiezo con mis lineas introductorias solamente por formalismo empresarial, pero a las pocas, me olvido del guión y me ubico en el contexto y empiezo por preguntar palabras en cabécar, poco sirven mis intentos de romper una barrera de comunicación, pero lo sigo intentando cada vez con más determinación hasta que, consigo anclar mi mirada en sus ojos y lanzo el comentario: "yo vengo a que me enseñen, nada tengo yo que mostrarles a ustedes"
Fue una experiencia como pocas; no me olvidaré nunca de la sensación que me abrigó al darme cuenta que esta vez, estaba del lado contrario del mundo de los negocios. Hace años trabajé para la empresa que se aprovechaba de su esfuerzo, hoy trabajo para hacer de ellos, los mejores empresarios que puedan llegar a ser.
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